Muchos personas, intérpretes incluidos, suelen pensar que la vida del traductor es simple, relajada, en cómodo silencio, sin tráfico, con sus fieles fuentes de información que todo lo resuelven, sin presiones como a las que están sometidos muchos otros, y los intérpretes entre ellos. En pocas palabras, que la vida del traductor es miel sobre hojuelas, que tiene todo el tiempo del mundo para trabajar, para pasear a su perro, reflexionar mirando al cielo y acariciar la paz interior.
¡Sorpresa! No es así.
Si bien la actividad de traducción permite trabajar desde casa y en muchas ocasiones no estar atrapado en el tráfico, muchas de las ideas antes mencionadas no aplican.
El traductor se enfrenta a un texto, y esa aventura puede depararle grandes peligros de terminología, formato, reflexión, y le demanda usar su bagaje cultural, sus habilidades lingüísticas y su ingenio. El traductor está obligado a saber de todo.
Pero no solo eso, la amenaza de “todo es para antier” ha llegado en el mundo de la traducción también, como a muchos otros. Los documentos son siempre urgentes, siempre para ayer, siempre para una junta importante o una licitación o un trámite o una negociación, para el director, el licenciado o el estudiante que perderá la oportunidad de su vida si no lleva sus calificaciones traducidas… rara vez son para cuando el traductor juzgue que su obra está terminada.
Algunos me dirán que no debe funcionar así, que la traducción debe reposar sus tiempos, que es el traductor quien debe decir cuándo ha terminado y no el mundo exterior. ¡Yo qué más quisiera porque el mundo real fuera así, pero no lo es!
El trabajo del traductor exige materia gris y fuentes de información y reflexión, y lo demás que hemos dicho. Pero también exige cumplir con los tiempos, con las demandas de la inmediatez en la que vivimos. No sé si escribo esto porque acabo de terminar un documento que me mantuvo sentada frente a mi computadora por días (que se convirtieron en semanas), con dudas constantes sobre si el término elegido era el correcto o no (con un cliente que nunca respondió a mis dudas terminológicas) y fuentes de información impresas y electrónicas que no me dieron respuestas, al menos no completas; no sé si será porque me las vi con un documento que era originalmente en pdf y se complicó al convertirlo a Word, que perdió formato, con diagramas, fotos, paneles eléctricos con letras diminutas. Me duelen los dedos de teclear y mi espalda (y otras partes del cuerpo) reclama paz.
Quizás no es un buen día para hablar de la vida fácil del traductor. Quizás, más bien, siempre hemos estado engañando pensando que el pasto en la casa del traductor es más verde que todos los demás pastos, y que el traductor tiene más tiempo para gozar de él. ¡Quizás, tan solo me urge el fin de semana!