En esta entrega compartimos una colaboración de Martha Macías, intérprete de gran calidad, escritora fluida, ser humano maravilloso y una voz que no solamente canta, encanta. ¡Gracias Martha!
Cuenta una colega muy querida que un día se presentó a trabajar con unos clientes que habían solicitado una intérprete, con la acostumbrada urgencia, apenas un par de horas antes del servicio.
–¿Dónde está su vestuario?, le preguntaron.
Ella desconcertada respondió ¿Vestuario?
–Sí, ¿qué no es usted intérprete de la canción ranchera?
La anécdota señala una verdad evidente: la del intérprete de idiomas y del cantante podrían considerarse si no profesiones gemelas, al menos cuatas. Las similitudes comienzan con el hecho de que ambos interpretan; el intérprete, a un orador que se expresa en un idioma desconocido para buena parte de su público; el cantante, la creación de un compositor.
En las dos interpretaciones se emplea la voz como un instrumento que cada uno maneja, con mayor o menor pericia, a favor de un mensaje.
La voz transita una elusiva línea entre la comunicación estrictamente corporal y la exclusivamente verbal. El orador experto modulará su voz para subrayar ciertos pasajes con mayor sentimiento, contundencia o humor. El intérprete ajustará su propia voz en consecuencia. Esto exige adoptar expresiones faciales, posturas corporales, técnicas de respiración, entre otras, por lo que no se limita a la mera emisión de sonido. Seguir un tono uniforme, carente de emoción, se antoja poco natural cuando el orador eleva la voz con ira, o la quiebra al contar un chiste. ¿De qué otro modo va a hipnotizar Brian Weiss a su auditorio extranjero si su intérprete no adopta su callado y acariciante tono de voz? (Sexy calificaron alguna vez el de una de sus intérpretes.)
Asimismo, el cantante hace lo propio al son que le toquen. ¿Qué sería de Cartas a Eufemia sin la sonrisa en la voz de Pedro Infante?¿Por qué algunos clientes prefieren a un intérprete sobre otro de igual capacidad? Por la misma razón que unos prefieren la Nessun Dorma de Pavarotti sobre la de Plácido Domingo. Aquel intérprete que se acerque más a lo que el escucha conciba muy subjetiva y personalmente como la interpretación más cercana a la versión original de un mensaje o de una pieza musical será el que dicho escucha considere el “mejor” intérprete o cantante.
El intérpretede conferencias generalmente desconoce lo que dirá unos segundos más adelante. Corre a ciegas por un camino lleno de trampas y alertas. El cantante, por el contrario, generalmente sabe “lo que sigue”, pero ha de ser capaz de improvisar a la hora de un blues, un palomazo, o tan solo para cubrir cualquier error, propio o ajeno. En esas circunstancias no le preocupan tanto las palabras, como las mejores notas para apoyar su voz y correr con una melodía libre, desconocida. Algo así como saltar entre una piedra y otra para atravesar un arroyo. Y claro, a veces el cantante también se equivoca de piedra como el intérprete se equivoca de palabra y ambos pueden caer estrepitosamente.
Finalmente, ser buen intérprete o buen cantante precisa de una aptitud innata, de aquello que en el caso del intérprete nuestro medio ha denominado el “chip”. En términos nada científicos, se trata de un don que le permite escuchar, entender, recodificar y reproducir un mensaje instantáneamente. En el caso del cantante, el don consiste en la afinación. En mi propia definición meramente empírica, ser afinado consiste en reproducir una frecuencia sonora con precisión y corrección estética dentro del acorde en el que se produzca.
Existen algunas otras similitudes entre la interpretación de conferencias y la de canciones (del género que sea) tales como el estrés, tan reconocido en la primera como ignorado en la segunda, pero por ahora hasta aquí llevaremos el recuento de las características compartidas de estas dos profesiones tan cuatas.