Los intérpretes y traductores no somos ajenos al ritmo de la vida actual, a las presiones del tiempo y las crecientes demandas de los proyectos en que participamos.
Si bien los traductores trabajamos habitualmente en un entorno más controlado y relajado, aparentemente sin problemas de tráfico u horarios, la exigencia de tiempos de entrega o la diversidad de áreas en que participamos así como las expectativas de los clientes, suelen generar tensión. Así mismo, aun cuando el estrés suele vincularse a la vida agitada, una actividad rutinaria de la traducción también genera estrés, además de otro tipo de dolencias relacionadas con la postura o la carga emocional del trabajo.
Los intérpretes, por otra parte, estamos siempre en entornos cambiantes, sujetos a los más diversos ambientes agresivos, al tráfico, a la incertidumbre de dónde trabajaremos, a los más diversos temas, escuchas exigentes, horarios extenuantes, viajes y horarios diversos de comida, sillas incómodas, mala iluminación y visibilidad, que también generan estrés.
La necesidad de concentración y precisión son compartidas por ambas actividades, sin embargo, los traductores solemos tener la opción de volver, releer, reteclear y el intérprete no. Las palabras del intérprete vuelan pero no por ello son menos importantes, las del traductor quedan impresas, y eso genera tensión también.
El estrés prolongado puede tener consecuencias. Los intérpretes y traductores en activo solemos caer presas del estrés, como ocurre como muchos profesionales. ¿Podríamos decir que nos habituamos, que el estrés carece ya efecto sobre nosotros? Hay estudios sobre el estrés, sus causas y su manejo que pueden ser de utilidad en una gran diversidad de campos personales y laborales y que tienen valor para nuestras disciplinas, y que nos permiten conocerlo, manejarlo y entenderlo mejor.