Hace algunas entregas hablamos de Haruki Murakami y algunas reflexiones sobre los novelistas que podían aplicarse a los traductores e intérpretes. En su libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, el autor hace algunas referencias a su trabajo como orador que vale la pena rescatar, principalmente para reflexión de nuestros ponentes.
Como sucede con muchos oradores, Murakami suele hablar ante el público en una lengua que no es su lengua materna. Suele hablar en inglés en tanto su lengua materna es el japonés. Con eso en mente, él dice:
“Cuando elaboro un discurso en una lengua extranjera, las opciones y posibilidades lingüísticas de que dispongo se vuelven inevitablemente más limitadas… A fin de cuentas, no es mi lengua materna.”
Evidentemente, cuando un orador aborda al público en una lengua que no es la suya, el reto no es únicamente suyo sino de los intérpretes también. Muy probablemente, esto tendrá repercusiones en su ritmo, su acento, su selección de palabras, que harán de la interpretación un reto también. Las demandas de los encuentros internacionales a veces ponen presión en este aspecto lingüístico para los oradores, y es precisamente ahí donde los intérpretes encontramos desafíos adicionales.
“Cuando doy una conferencia, subo al estrado después de haberme aprendido de carrerilla todo el texto, de unos treinta o cuarenta minutos, en inglés. Y es que es imposible conectar con el público si uno se limita a leer…”
Los intérpretes siempre agradecemos que el orador no solo conozca bien su ponencia, sino que hable a buen ritmo. Leer un texto frente a un público es práctica común de los oradores, sobre todo en entornos de restricción de tiempo para su presentación, pero no por ello aporta calidad a su presentación y facilita el trabajo de los intérpretes. Un orador que lee su ponencia no habla al mismo ritmo ni con el mismo énfasis que como lo haría sin leer; y muchas veces no logra establecer contacto con su público, no puede ver cómo reacciona su audiencia para saber si debe subir o bajar su velocidad, adaptar sus palabras y su discurso. Entonces, se convierte en una persecución: el orador huye del reloj, los intérpretes tratan de seguir al orador y el público trata de aguantar el paso a los tres anteriores para entender algo.
Finalmente,
“…ensayo una y otra vez mi dicción. Es laborioso. Pero tiene el atractivo de que me enfrento a algo nuevo.”
Un orador con buena dicción siempre se agradece. Y un orador consciente de la necesidad de mejorar su dicción se agradece doblemente. Lo crean o no, se nota cuando un orador ha practicado, ha dicho en voz alta las palabras antes de su presentación final. Se nota cuando hay trabajo detrás de una presentación en público.
Es común que los organizadores de eventos asuman que un orador + un intérprete + público es sinónimo de comunicación. La comunicación va más allá, y Murakami nos ha permitido reflexionar sobre su valor para el intérprete.